Existió hace muchos años en México una mujer indígena, muy hermosa, de la que un caballero español se enamoró perdidamente. Le ofreció todo a la muchacha, incluso, llevarla con él a su país de origen. Y ella al fin cayó en los brazos del amor y decidió creerle.
Ambos se veían con frecuencia, y de su relación nacieron tres hijos. La muchacha, cansada de esperar, le pidió al caballero español formalizar su relación mediante una boda, pero él lo rechazó y para desesperación de la mujer, se casó en España con una dama de alta sociedad.
Los celos hicieron perder la razón a esta mujer, quien, en un acto de desesperación, lanzó a sus hijos al río. Pero al ver lo que había hecho, se arrepintió y se tiró al agua, presa de un enorme remordimiento.
Desde entonces no se la volvió a ver en vida. Pero sí en espíritu, un espectro que vaga para siempre como alma en pena, llorando la muerte de sus hijos.
Quienes la han visto, dicen que se aparece vestida de blanco, con un pelo largo y negro cayendo en cascada sobre la espalda. Su profundo y escalofriante llanto augura un mal presagio a quienes la oyen.
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